miércoles, 4 de noviembre de 2015

Mi hijo sólo camina un poco más lento

Por Julia Tacchino



“Mi hijo sólo camina un poco más lento”, concebida inicialmente como una muestra de trabajo inconclusa, se presenta en horarios poco comerciales y, aún así, es un éxito categórico. Escrita por el croata Ivor Martinic, se exhibe en la “Sala Apacheta”, un pequeño espacio de teatro ubicado en la calle Pasco, en el barrio de Monserrat, en la Ciudad de Buenos Aires.
La puesta carece de escenografía, iluminación y vestuario. Los actores vestidos con ropa deportiva reciben al público y los acomodan en las butacas mientras les ofrecen mates. En ese clima distendido, se desarrolla la trama.
Durante los 75 minutos que dura la obra, hay un ordenador que separa las escenas: los actores corriendo en circulo en el escenario, todos menos Branko, que está en silla de ruedas. Branko cumple veinticinco años y lo van a festejar. Todos se reúnen en torno a él para realizar la celebración: madre,  abuela,  hermana,  abuelo,  tía,  tío,  padre, cuñado, y hasta una enamorada. Branko se siente tranquilo y feliz de poder compartir ese momento con toda la familia, sin embargo, eso no es recíproco, ya que existe una incomodidad en el grupo en aceptarlo a él con su diferencia, dificultad que se agiganta para su madre.  
El conflicto central es el vínculo entre madre e hijo y la imposibilidad de ella de aceptar que el joven tiene una seria enfermedad que le impide caminar, de ahí, su resistencia siquiera a ponerlo en palabras, solo puede describirlo diciendo que su hijo camina más lento que el resto. Por ser muy doloroso es tan difícil de aceptarlo y prefiere negarlo.
“Mi hijo sólo camina un poco más lento” recrea el conflicto de la obra primigenia “El Zoologico de cristal” de tennessee Williams, en la que Amanda Wingfield se obsesiona con su hija Laura, y no puede admitir que es tullida, en cambio prefiere pensar que sólo tiene un pequeño defecto.
Una vez más, una obra que nos invita a reflexionar sobre la familia, un universo en el que suceden cuestiones tempestuosas para los que integran ese mundo doméstico. Choques explosivos entre varias generaciones que conviven en un mismo grupo parental, con diferentes miradas sobre la misma cuestión, contrapuntos que agobian, enfrentamientos endémicos  e intolerancia extrema entre los miembros, logran crear tensión e incomodidad en el espectador.
Branko insiste en pedirle a la madre que acepte que no camina, ella triste logra aceptarlo, el hijo le suplica y le pide perdón por no caminar. Y, finalmente, ella logra decirlo: ¿esto es lo que querías de dijera? Y mientras llora, admite: ¡vos no podes caminar! ¡Las piernas de mi hijo no funcionan, mi hijo no va a caminar nunca más!. Al declama lo que le pasa, de alguna manera, logra liberar algo y aceptar lo inevitable.