jueves, 18 de junio de 2015

Terrenal. Pequeño misterio ácrata



Por Julia Tacchino


Mauricio Kartun toma el Mito de Caín y Abel narrado por Flavio Josefo, un historiador judío del siglo I dC. Relato elegido por el dramaturgo para hablarnos con códigos argentinos y en verso campero, sobre el capitalismo, la propiedad de la tierra, la lucha y la ambición de los hombres. Actualmente en cartel en la Ciudad de Buenos Aires el Teatro del Pueblo.
La escenografía es acotada, el vestuario juega con el contraste de luces y sombras y el blanco y negro y el lenguaje de la obra está elaborado en función poética. Tres actores en escena: Claudio Martínez Bel encarna a Caín, Claudio Da Passano es Abel, y el padre de ambos, “Tatita”, es Claudio Rissi. El mito de Caín y Abel es una historia tomada del Antiguo Testamento, donde el padre es el origen del conflicto entre dos hijos. Cuenta la rivalidad existente entre los hermanos, que al llegar a extremos puede generar dolor y hasta muerte. 
Dios “Tatita” abandona a sus hijos y los deja en un terreno de la pampa húmeda durante veinte años. El primogénito, Caín, se dedica al cultivo del pimiento morrón y el menor, Abel, se ocupa de vender carnada. Caín, labra la tierra, recita textos sagrados; trabajador del sacro “capitalito”, calcula, marca y demarca, y así aumenta su fortuna. Abel, por el contrario, es un harapiento, librepensador que vive despreocupado por lo material, vende un alimento para pescar hecho de larvas de los huevos del escarabajo, al que Caín cataloga de plaga, mientras que Abel le atribuye el calificativo de “Torito”. Los dos extremos, opuestos complementarios, aguardan la llegada de Tatita, su padre, Dios. Uno, simplemente permanece y disfruta del devenir, el otro, debe hacer para justificar su existencia.
Cuando por fin Tatita regresa, ambos hijos le hacen sus ofrendas. Tatita valoró enormemente la ofrenda de Abel pero no fue de su agrado la de Caín. Como no existía razón para esa predilección, Caín sintió ira y tristeza. La ira creció dentro de Caín y, como no era procedente tener ese enojo con el padre, la dirigió hacia Abel. Lo siguió cuando este se encaminaba hacia el campo, lo encontró y asesinó. Cuando Dios descubrió el horrendo acto cometido por Caín, lo condeno a nunca labrar la tierra y a andar por el mundo errante y sin hogar. La clave no es la competencia entre hermanos sino el favoritismo del padre que la genera. 
Como siempre, Kartun en sus obras, problematiza la cuestión social, literal o metafóricamente. La tierra en que habitan los personajes y que obsesiona a Caín en su afán por lograr mayor producción es la misma que preocupa a muchos hombres, que es artífice de las relaciones de dominación, la posesión por lo material, la propiedad privada, la avaricia, la codicia, la lucha por el capital y la pelea de semejantes y su enfrentamiento sin límites.
Esta obra maestra de Mauricio Kartun nos acerca a cierta condición fundacional en la relación del hombre con la propiedad. En un pequeño terrenal, sus habitantes creen disponer de todo pero no son dueños de nada. El padecimiento de Caín, dedicado al trabajo y su condena al destierro, nos conmueve tanto cómo enfrenta a un dilema moral. El escritor nos propone, por una parte, un Dios particular, vestido de gaucho, con dialecto campesino y defensor del disfrute y valores invertidos, que asocia el bien con el regocijo y, por la otra, a Cain y Abel, dos fuerzas antagonistas, que son parte de lo mismo, la pobreza de uno, es riqueza para el otro. En Terrenal, como en la sociedad en general, habita la injusticia, la inmoralidad, las decisiones arbitrarias y el poder concentrado. La condena al trabajo y el premio al disfrute, nos pone en un dilema sobre cuál es el verdadero valor en la vida, acerca de qué es lo correcto, nos invita a reconocernos más cercanos al deseo que a la obligación, y nos hace replantearnos el significado de la vida y la felicidad.